7/01/2007

Hay un truco malévolo
que consiste en creer ser Dios.
Estar en todo,
y ser capaz de malearse en fusión
mágica
con cualquier elemento.

Un alquimista que
se adueña de la alusión a la vida
que ve a su alrededor.
Y con esta maraña de trampa y malintención,
pretende ser otro.
Usurpándole su destino.

Se esfuerzan,
pero simplemente
se quedan en un intento de camelar
la vil cruzada con que tratan de disfrazarnos el mundo,
poniéndole ropitas y caramelitos dulzones en la boca,
y creyendo que así nos vamos a callar.

Y se imaginan
su futuro del color del dólar,
con grandes mansiones
y pulidas señoritas de servicio,
que comen cuando el señorito decide.
Que viven cuando el señor quiere.

Es ante esa actitud inquisidora
contra la que me revelo.
Cuando siento ganas
de alzar la voz y gritar
que no es este el mundo que quiero
-tan desigualdad,
tan insolidario,
tan teledirigido-,
para mis hijos
y los hijos de mis hijos.

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